lunes, 23 de julio de 2012

NONSENCE

Dicen o, se dice que, a todo nos acostumbramos y, efectivamente, así parece ser.

Si nos lo proponemos o, mejor dicho, si no prestamos atención, nos podemos acostumbrar y de hecho nos acostumbramos. A los ruidos infernales de la capital transformándolos en sonido, a los olores insoportables de la contaminación asociándoles con el progreso y, hasta del más genérico de todos ellos que es el de la putrefacción del subrepticio que existe en la capa más visible de la superficie. Si nos acostumbramos a esto, es que hemos llegado a un estado de ¨ïnmunidad¨ absoluta de la cual no hay retorno pero, eso ya lo sabemos todos.

Recuerdo que mi padre, llevaba más de 30 años con un dolor constante en el brazo izquierdo debido a su dolencia coronaria. En un par de ocasiones le escuché decir: que raro, hoy no me duele el brazo... extrañado, como echando en falta ese dolor y bastante cabizbajo. El se había acostumbrado tanto a sentirlo, que jamás le escuché quejarse, tan solo hacía referencia de ello cuando iba a las revisiones médicas. El se sentía fuerte y valiente ya que tenía vencido al dolor.

Puede parecer difícil acostumbrase al dolor - y no hablo del dolor físico- o al sufrimiento, y lo es pero, una vez existente y llegado a ser y formar parte de la vida como algo cotidiano, ocupa un lugar muy profundo y nos condiciona de tal manera que hace de nosotros dependientes de mantener ese estado. El dinero llama al dinero, la felicidad llama a la felicidad y, el sufrimiento no solo llama al sufrimiento sino que, renuncia y descarta a todo lo que pueda minimizarlo. El ¨sufridor¨ recarga sus pilas basándose en su sufrimiento, en la posible carga o razón del porque de ese sufrir ,y se convierte en alguien sumamente fuerte dentro de su debilidad. A la larga, siempre se verá envuelto en escenarios similares con el fin de seguir recargando en un tira y afloja.

A veces me he preguntado que hubiera sido de mi padre, de no haber podido habituarse a ese dolor. Habría sido consciente cada día de su enfermedad y le hubiera debilitado convirtiéndole en un enfermo quejicoso e insoportable de sí mismo. Habría temido morir en cualquier instante o, posiblemente hubiera muerto antes de tiempo.

De la felicidad y el dinero, otro día  hablaremos...